lunes, 14 de junio de 2010

NO QUEDAN DÍAS DE VERANO


Muchos días me acuerdo de mi mecedora. Hoy es uno de ellos.
En ella me habré leído incontables libros.
Yo me mecía bajo el sol de mi jardín, pasaba las páginas, los pájaros migraban cruzando el estrecho mientras formaban uves sobre mi cabeza, mi piel se ponía morena, las pecas afloraban, mi madre me hacía un bocadillo de chocolate con leche, panecillo abierto y tableta dentro; pasaba más páginas, mis piernas despegaban del suelo.
El tiempo no era lo que es ahora, veinticuatro horas de actividad frenética, era algo eterno; los días se sucedían lentos, largos, anchos, te levantabas y podías hacer cualquier cosa.
Hablo de los días de verano.

Me gustaría volver a tener una mecedora y aunque ya no tenga estrecho cerca para ver las aves migrar, poder volver a mecerme y pensar que aunque el tiempo ya no sea tan lento, puedo seguir haciéndolo ancho, ancho, y que me quepan todos los libros que me quedan por leer.

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