viernes, 21 de mayo de 2010

MI MASCOTA


Tener kéfir en casa es como tener un tamagotchi.
La única diferencia es que el juguete japonés que causó furor en su momento no se puede comer y la leche de kéfir sí.
Me siento como una granjera ordeñando las vacas cada mañana, porque
cuelas el bichito que metiste en leche el día anterior y obtienes un enorme vaso de yogurcito, gratis y repleto de bacterias que además de tener nombres preciosos (Lactococus lactis, Lactococus cremoris...) tienen multitud de propiedades beneficiosas.
Lo de las propiedades puede que sea verdad o mentira, internet es lo que tiene, que todo el mundo habla y aquí nadie sabe nada de nada; aunque a mí eso me da igual.
A mí lo que me gusta es el proceso de cuidado que requiere, porque con estos tiempos en los que todo va deprisa y todo es tan frenético, el tener que estar pendiente de unas pelotillas blancas y pringosas, que tienes que tener a oscuras, usar colador de plástico que el de aluminio le produce urticaria, darle de beber leche entera que la otra no le gusta y otras sutilezas que se gasta el personaje, pues que me da un no sé qué que no sé yo...que no sé explicar.
Será que como no tengo perro ni gato, el kéfir llena ese vacío "mascotil" que yo tengo.

3 comentarios:

  1. Yo lo he tenido en casa, y me hacía estar pendiente de el porque tiene sus cuidados. Y lo que dices, que luego tienes un yogur "gratis". Me ha encantado el post.

    Saludosssss

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  2. Jajaja vaya que vena culinaria y mascotil que te ha dado!!!!!! ingenioso!!!!!!

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  3. Es cierto, Nieves, estoy con el kéfir súper emocionada, y ahora que tengo cocina grande y cacharros nuevos, ya verás tú...

    Y Pi, tu receta de empanadillas de mousse de setas tiene una pinta estupenda. Mmmm, a ver si me animo y la hago yo en casa. ¡Ñam!

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